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sábado, 6 de junio de 2015

L'hiver à Strasbourg


El pasado y el presente se fundieron en ese preciso instante. Y fue entonces, en ese concreto punto del Universo, cuando pude reconciliarme con todo el daño que me hizo. Mi eterna condena no lo fue tal, y logré, tras tantos siglos de sufrimiento, perdonar a ese hombre que torturó a mis antepasados. Con él me liberé y me perdoné a mí mismo. Y es que el karma puede jugar muy malas pasadas.

A comienzos de 2013 tuve ocasión de visitar esta ciudad en el límite entre Francia y Alemania. 
Más conocida por ser la sede del Parlamento Europeo, Estrasburgo es la capital de la Alsacia, aunque la influencia alemana se respire ya en cada rincón. Un curioso y atractivo mestizaje que la hace aún más especial.

Sede del Parlamento Europeo

Mi visita se debió a un curso de generación de redes y estrategias para la paz, tan provechoso como intensivo, y durante los primeros tres días no hubo tiempo para salir siquiera del centro de formación donde nos hospedábamos. Pero había que sacar hueco y fuerzas para visitar tan maravillosa ciudad, y así lo hicimos. Dejo unas fotos de su seductor centro, que nos encandiló a todos.


Vistas de la Grande Île.

Al pie de la catedral.

La "Petite-France", en el corazón de la ciudad.

Catedral de Notre Dame, joya gótica.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Portugal lover II


Por fin llegó el día que había anhelado desde que era un crío. Año tras año les acompañaba, correteando entre las parras, ayudando aquí y allá. Hacía varios que trabajaba duro en la vendimia como uno más. Pero no era uno más, no del todo. Hoy, por fin, con los dieciocho cumplidos, estoy junto a ellos en el momento más importante. Soy, aunque sólo sea por unos minutos, el centro de atención. Mirando hacia el suelo comienza a sonar mi voz. Melódica, refinada, poderosa. Hasta los turistas, ansiosos por degustar las viandas, se olvidan y callan. Voy tomando confianza. Observo de reojo a mis compañeros y noto cómo asienten con orgullo. Elevo al fin la cabeza. Mi voz inunda la sala. Y entonces te veo. Veo cómo tus ojos me traspasan. Y se me olvidan todas las letras.

Seguir descubriendo rincones del bello país vecino. Aprovechar el día libre para subirse al coche, traspasar la frontera y llegar hasta Vila Viçosa*, a sesenta kilómetros de Badajoz. Pasear por la muralla del castillo y transportarme a otra época. Recorrer las rosadas calles pavimentadas del exquisito mármol local. Llegar hasta el Paço Ducal, sede de la Casa de Bragança que ocupa un importante lugar en la historia portuguesa. Hacer un descanso para saborear la ineludible bica de café acompañada de su correspondiente nata. Continuar hasta Borba al comprobar que están celebrando su Festa da Vinha e do Vinho. Dejarte seducir en una tienda de antigüedades. Escuchar los cantes de los vinateros y saborear junto a ellos vino y comida tradicional en una experiencia única, celebrando juntos el final de la vendimia. Rematar la jornada en el Retiro dos Amigos a unos cinco kilómetros de Elvas, con raciones tan enormes como ajustados sus precios. No es la primera vez. Ni será la última. Rodeados de españoles, familias extremeñas que cambian de país para comer en abundancia de cantidad y calidad. Volver a casa. De Portugal a España, del Alentejo a Extremadura. Hasta la próxima.




*Vila Viçosa es una pequeña población de unos nueve mil habitantes que pertenece a la red de villas medievales y que está emplazada en medio de rutas: la del mármol, la del vino, la de los sabores.

sábado, 18 de octubre de 2014

Afortunada quien las pise


 
Dio un tembloroso paso más. La mente se le nubló y por un momento creyó que iba a desmayarse. “No lo lograrás” resonaba una voz ronca en su cabeza. Un nuevo movimiento y alcanzó la cima. Ante sus ojos, en medio de una densa bruma, todo un océano de límpidas aguas color turquesa. Alucinaciones. De modo que era aquello de lo que tanto había oído hablar. Aún así, la refrescante inmensidad que se proyectaba en su cerebro le dio fuerzas para continuar. Un paso, luego otro, después otro más, caer y volver a levantarse. Diez interminables minutos y allí estaba ya. La cerveza fría del chiringuito sabía a gloria. Si eso era una visión, en ella quería pasar la eternidad.


Las afortunadas, ya llamadas así por Plinio el Viejo hace dos mil años, siguen haciendo honor a su nombre. Ante la perspectiva de lluvia incesante en Madrid y la cercanía de ese Barajas de nombre ahora un poco más largo, la solución se presentaba de forma incuestionable: volar hacia el sur, en esta ocasión hacia la isla de Gran Canaria.
Escapada brevísima, como siempre más de lo deseado, pero suficiente para cargar las pilas y para conocer otra de las bellezas de este archipiélago.
Primer día en Las Palmas, dedicado a recorrer la playa de las Canteras y el centro comercial de la ciudad.

Atardecer en la playa de Las Canteras. Al fondo, el Teide

Segundo día, los barrios históricos de Vegueta y Triana. Y tras una buena siesta, más baño de agua y sol en Las Canteras.
Tercer día. Ya no aguantamos más descanso. Alquilamos un coche y nos recorremos el norte de la isla. Arucas, Gáldar, Agaete. El Dedo de Dios que ya no lo es porque los efectos del tiempo pudieron más y se lo cargaron. Vuelta y cena, de nuevo, en Las Canteras. Nos estamos aficionando.

Lapitas con mojo verde en Agaete

Cuarto y último. Telde. Bonitos los barrios de San Juan y San Gregorio, aunque este último, encalado de principio a fin, recuerda demasiado a los pueblos del sur de España a los que estoy más que acostumbrada. Después al sur, más al sur, todo lo que se pueda en esta pequeña isla. Dunas de Maspalomas. Correr como una niña, a toda velocidad y sin descanso, cuesta arriba y cuesta abajo entre montañas infinitas de arena. Comida guiri como es mandado en la playa del Inglés. Sangría con paella. Ni tan mal.

Dunas de Maspalomas

Vuelta al aeropuerto. Tres horitas y Madrid de nuevo. Llueve igual que cuando nos fuimos. Está oscuro y hace frío. ¡Quiero regresar! Menos mal que al menos, mañana, bajo otra vez al sur, aunque no sea tanto, pero a medida que recorreré kilómetros con mi coche en dirección a Extremadura, las nubes se despejarán y llegaré a casa con un sol brillante de nuevo. No hace la misma temperatura que en Canarias, pero volver a casa lo compensa.

lunes, 18 de agosto de 2014

Portugal lover

Estatua de Vasco da Gama en Sines
Se situó junto a la estatua, oteando el horizonte en la misma dirección, hacia la raya donde el cielo se fundía con el mar, dos profundas tonalidades de azul encontrándose. Un día ella también navegaría por esos mares. No hallaría nuevas rutas, ni conquistaría otros pueblos, pero aprehendería en cada puerto lo que sus gentes, sus paisajes y sus culturas pudieran ofrecerle. Sería también, a su manera, una descubridora.
- Vamos, pequeña. Es hora de volver al hotel - su padre la alzó en brazos y la ayudó a bajar del pedestal.


El país vecino era una asignatura pendiente. No hay excusa al hecho de haber recorrido tres continentes y apenas conocer el territorio que dista poco más de ochenta kilómetros del lugar donde vives.
Total, que era uno de los (muchos) propósitos que me marqué para este año. Y lo estoy cumpliendo a la misma velocidad que me prendo irremediablemente de él y me pregunto por qué no lo hice antes.
Tras Coimbra, Évora, Porto, la fronteriza Elvas e incluso la espiritual Fátima, he aprovechado el puente del quince de agosto (también feriado en Portugal) para recorrer uno de los destinos que más me atraían de este país: el litoral del Alentejo. Desde la península de Troia a los acantilados que comienzan al sur del cabo de Sines una puede encontrar playas de todo tipo, sean inmensos arenales sin fin o escarpadas y secretas calas solo aptas para aventureros.

Una vez que entramos en la subregión del Alentejo litoral, la ruta comienza con una breve parada en Alcácer do Sal, donde paseamos por sus callejuelas y regresamos caminando al pie del río Sado, que discurre paralelo a esta bella población. Es agosto y el frescor del Atlántico no llega hasta aquí. Proseguimos hasta llegar a Comporta, donde pararemos para el primer baño en el frío océano. Tras unas cervecitas en la arena decidimos comenzar con la gastronomía local. Los dos restaurantes a pie de playa son prohibitivos, de modo que nos adentramos pocos metros más allá, en la pequeña población aledaña, eligiendo una de las muchas tasquitas cercanas para degustar el pescado frito alentejano.
Después continuamos recorrido. Subimos por la península de Troia parte de sus diecisiete kilómetros de blanca arena hasta una playa tranquilísima, casi demasiado para un quince de agosto. El agua aquí está ligeramente menos fría (solo ligeramente).
Subimos de nuevo al coche para llegar a destino, Grândola, donde haremos noche. La cena será exquisita, como todo lo que comamos en estos días. Polvo à brás, la conocida receta de bacalao portugués trocado por un suave pulpo, y pato a la brasa con salsa de frutos salvajes (de acuerdo, esto no era demasiado local, pero nos dimos el capricho).

En el segundo día nos disponemos a conocer más playas de estos cincuenta kilómetros de arena sin fin que van desde Troia hasta Sines. Tiramos de guías de viaje y acabamos pasando la mañana entre dos de ellas, la de Melides y la de Santo André, ambas flanqueadas por lagunas del mismo nombre donde los portugueses aprovechan para bañarse en aguas más templadas. Comemos al pie de esta última, una exquisita y gigante ración de caracoles y otra, también generosa, de anguilas fritas. Con la barriga llena nos vamos a dormir la siesta. Ni en vacaciones hay que perder las buenas costumbres.

Monumento a Grândola, Vila Morena


Al amanecer nuevamente decidimos conocer la ciudad que nos acoge, famosa por su sobrenombre Vila Morena en honor al tema musical compuesto por Zeca Afonso y que fue escogida como señal durante la Revolución de los Claveles. Digno de ver el monumento azulejado con la canción del pueblo a un lado y la declaración de los derechos humanos al otro. Y no hartos aún de playa, volvemos a montarnos en el coche para no perdernos la puesta de sol en el Atlántico. Llegamos justo a tiempo para acomodarnos en la arena y disfrutar de media hora de belleza y paz.

Puesta de sol en Praia da Galé

De vuelta a Grândola, un restaurante recomendado por nuestro anfitrión (que no necesariamente ha de ser siempre de fiar) bastante caro pero en el que, que le vamos a hacer, nos homenajeamos con una sapateira y unos frescos camaraos. 

Despunta un nuevo día en Portugal y nuestro viaje nos lleva ahora hacia el sur. Ya hemos paseado largamente por esas inacabables playas, y ahora el cuerpo nos pide algo más salvaje. El cabo de Sines marca la división natural entre un tipo de playa y otra. Pero primero visitamos Sines con sus preciosas callejuelas, su puerto pesquero, sus diversos homenajes a Vasco da Gama, y su pequeña playa del mismo nombre. Comemos en una tasquita cerca del puerto, espeto de sardinas (ya tocaban) y otro de carne de porco grelhada. Para variar, se nos olvida la abundancia de los platos portugueses y no llegamos al postre. Nos arrastramos a nuestra habitación con vistas a la playa a digerir la comida mientras el océano nos arrulla.
Por la tarde recorremos algunas de las playas que van desde Sines hasta Porto Covo, donde acabamos el día visitando su precioso centro histórico y cenando polvo à lagareira.

Polvo à lagareira


El último día amanece nublado. Aún así, paseo por la playa de despedida y en marcha para regresar atravesando el Alentejo interior y maravillándonos con los paisajes que nos ofrece. Un alto en la aldea de Santa Susana para contemplar sus bellos encalados engalanados de azul mar y tomar el penúltimo sorbo de intenso café junto a una rica queijada. Recomendable también un descanso en Montemor y otro en Arraiolos. Seguimos por Estremoz y Elvas, pero no hay tiempo para más paradas. El viaje se acaba. De momento.

Nos despedimos de esta tierra citando a su ilustre Pessoa.
"La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos".

viernes, 8 de agosto de 2014

Extremeñ@s en Rumanía



Prendiendo una vela a los vivos en un templo ortodoxo.
Hoy era su treinta y siete cumpleaños. Como cada ocho de agosto, tras la liturgia acudió al despachador de velas, tomó una y la prendió, siempre en el mismo lugar. La esquina izquierda del espacio destinado a los vivos, pues nunca había perdido la esperanza. Dondequiera que estuviera, rezó porque algún día le perdonase no haber sido capaz de encontrarla, y sobre todo, rezó para que su hija fuera feliz.

Hace unas semanas tuve la oportunidad de conocer un país cuya cultura, a pesar de la inmigración en España, nos es bastante desconocida. Durante siete días recorrí junto a otros cuarenta y cinco extremeños buena parte de la geografía rumana. Desde Bucharest, al sur, hasta el norte de la región Bucovina, casi ya lindando con Ucrania, y otra vez vuelta a la capital a través de los Cárpatos.

Rumanía es poseedora de un pasado tan apasionante como trágico. La antigua Dacia, la ocupación por godos y hunos, la llegada de los pueblos eslavos, los sajones o la anexión al Imperio otomano, todo ello conforma un mosaico más que complejo que cuesta aprehender para una lega en Historia. La etapa más reciente, la de su pasado comunista y su posterior transición a una economía de mercado capitalista, es sin embargo bien visible. Como nos dijo un autóctono “hemos pasado del diablo a la madre del diablo”. Triste ver la desesperanza en los ojos de sus habitantes, incapaces de vislumbrar un futuro en su propia tierra. Triste también, recorrer kilómetros y kilómetros de viviendas en su mayoría vacías, propiedad de familias que querrían regresar pero se resisten, sabedoras de que con casa pero sin empleo no tendrían muchas opciones allí. Y triste, por último, recordar cómo se trata a menudo a la población rumana en España, todos los prejuicios que cargamos olvidando o desconociendo el por qué de su estancia en nuestro país.
Región de Bucovina, al norte de Rumanía
Narrar lo vivido en esos siete días excedería los límites razonables de un post. Simplifico aquí lo que más atrajo mi atención. La lista de mis da non perdere:
  • Bucharest. Ineludible el paso por la capital y el callejeo, diurno y sobre todo nocturno, por su centro histórico.
Paseo por el centro de Bucharest
  • Brasov. Preciosa ciudad en el sureste de Transilvania. Un paseo sin prisa por la Plaza del Consejo y su casco antiguo, Iglesia Negra incluida.
  • Sibiu, Capital Europea de la Cultura 2007, con sus tejados característicos con ventanas en forma de ojos desconfiados y su Puente de los Mentirosos.
  • Sighisoara, en el corazón de los Cárpatos transilvanos, sin olvidar las vistas desde la Torre del Reloj. Ciudad natal de Drácula para los más mitómanos.
Placa en la casa natal de Vlad Dracul
  • Târgu Mures, con interesantes edificios, a destacar el Palacio de la Cultura, toda una joya del modernismo.
  • Castro romano de Porolissum, en Zalau, uno de los mayores y mejor conservados yacimientos del país.
Iglesia ortodoxa en el monasterio de Moldovita
  • Ruta de los monasterios pintados en Bucovina. En mi opinión lo más impresionante del viaje. Bellísimos los exteriores (aunque también los interiores) de las iglesias de Moldovita, Sucevita y Voronet. Me quedo con el asedio de Constantinopla en Moldovita, la Escalera de la Virtud en Sucevita y el Juicio Final en el pórtico de la iglesia de San Jorge en Voronet.
Interior del Castillo de Bran
  • El castillo de Bran, fortaleza del siglo XIV situada entre Transilvania y Valaquia, es uno de los lugares más concurridos, aunque, a mi parecer y a falta de mucho tiempo, bien puede excusarse su visita. En la fecha en la que fuimos estaba tan masificado que era complicado ver nada. Este gran aforo se debe a que fue el castillo en el que se inspiró Bram Stoker para su obra maestra, si bien Vlad Tepes, el personaje histórico en que se basó, nunca vivió aquí.
Castillo de Peles
  • Sí merece, desde luego, una visita sin prisas el Castillo de Peles, la residencia de verano de la familia real rumana. Mucho menos conocida, recuerda a Versalles en su opulencia y, justo es decirlo, belleza.
En el apartado de gastronomía local destacaría los dulces. Hasta que no me comí un papanasi no me quedé tranquila. Lo había probado hacía tiempo en la casa de la madre de una amiga en España, y sabía que era uno de los postres más exquisitos de su gastronomía. No me defraudó. Tampoco me importaría repetir el Cozonac que preparan en el Lago Rojo, un pan dulce tradicional en forma de rulo. Riquísimo.

Joven rumana preparando el dulce típico
Rumanía es, sin duda, un país que merece la pena visitar. Me restó sin embargo la visita a la región Dobrogea, la única con salida al mar. Un baño en las cálidas aguas del Mar Negro y un poco de relax en alguno de sus pueblecitos costeros habría sido el colofón perfecto a este intenso viaje. Qué le vamos a hacer, habrá que volver.

Paseando por Zalau