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Prendiendo una vela a los vivos en un templo ortodoxo. |
Hoy era su treinta y siete cumpleaños. Como cada ocho de agosto, tras la liturgia acudió al despachador de velas, tomó una y la prendió, siempre en el mismo lugar. La esquina izquierda del espacio destinado a los vivos, pues nunca había perdido la esperanza. Dondequiera que estuviera, rezó porque algún día le perdonase no haber sido capaz de encontrarla, y sobre todo, rezó para que su hija fuera feliz.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de conocer un país cuya cultura, a pesar de la inmigración en España, nos es bastante desconocida. Durante siete días recorrí junto a otros cuarenta y cinco extremeños buena parte de la geografía rumana. Desde Bucharest, al sur, hasta el norte de la región Bucovina, casi ya lindando con Ucrania, y otra vez vuelta a la capital a través de los Cárpatos.
Rumanía es poseedora de un pasado tan apasionante como trágico. La antigua Dacia, la ocupación por
godos y hunos, la llegada de los pueblos eslavos, los sajones o la
anexión al Imperio otomano, todo ello conforma un mosaico más que
complejo que cuesta aprehender para una lega en Historia. La etapa más reciente, la de su pasado
comunista y su posterior transición a una economía de mercado
capitalista, es sin embargo bien visible. Como nos dijo un autóctono “hemos pasado
del diablo a la madre del diablo”. Triste ver la desesperanza en
los ojos de sus habitantes, incapaces de vislumbrar un futuro en su
propia tierra. Triste también, recorrer kilómetros y kilómetros de
viviendas en su mayoría vacías, propiedad de familias que querrían
regresar pero se resisten, sabedoras de que con casa pero sin empleo
no tendrían muchas opciones allí. Y triste, por último, recordar
cómo se trata a menudo a la población rumana en España, todos los
prejuicios que cargamos olvidando o desconociendo el por qué de su
estancia en nuestro país.
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Región de Bucovina, al norte de Rumanía |
Narrar lo vivido en esos siete días
excedería los límites razonables de un post. Simplifico aquí lo
que más atrajo mi atención. La lista de mis da non perdere:
- Bucharest. Ineludible el paso por la
capital y el callejeo, diurno y sobre todo nocturno, por su centro
histórico.
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Paseo por el centro de Bucharest |
- Brasov. Preciosa ciudad en el sureste
de Transilvania. Un paseo sin prisa por la Plaza del Consejo y su casco antiguo, Iglesia Negra
incluida.
- Sibiu, Capital Europea de la Cultura 2007, con sus tejados característicos con ventanas en forma de ojos desconfiados y su Puente de los Mentirosos.
- Sighisoara, en el corazón de los Cárpatos transilvanos, sin olvidar las vistas desde la Torre del Reloj. Ciudad natal de Drácula para los más mitómanos.
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Placa en la casa natal de Vlad Dracul |
- Târgu Mures, con interesantes edificios, a destacar el Palacio de la Cultura, toda una joya del modernismo.
- Castro romano de Porolissum, en Zalau, uno de los mayores y mejor conservados yacimientos del país.
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Iglesia ortodoxa en el monasterio de Moldovita |
- Ruta de los monasterios pintados en Bucovina. En mi opinión lo más impresionante del viaje. Bellísimos los exteriores (aunque también los interiores) de las iglesias de Moldovita, Sucevita y Voronet. Me quedo con el asedio de Constantinopla en Moldovita, la Escalera de la Virtud en Sucevita y el Juicio Final en el pórtico de la iglesia de San Jorge en Voronet.
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Interior del Castillo de Bran |
- El castillo de Bran, fortaleza del siglo XIV situada entre Transilvania y Valaquia, es uno de los lugares más concurridos, aunque, a mi parecer y a falta de mucho tiempo, bien puede excusarse su visita. En la fecha en la que fuimos estaba tan masificado que era complicado ver nada. Este gran aforo se debe a que fue el castillo en el que se inspiró Bram Stoker para su obra maestra, si bien Vlad Tepes, el personaje histórico en que se basó, nunca vivió aquí.
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Castillo de Peles |
- Sí merece, desde luego, una visita sin prisas el Castillo de Peles, la residencia de verano de la familia real rumana. Mucho menos conocida, recuerda a Versalles en su opulencia y, justo es decirlo, belleza.
En el apartado de gastronomía local destacaría los dulces. Hasta que no me comí un papanasi no me
quedé tranquila. Lo había probado hacía tiempo en la casa de la madre de una amiga en
España, y sabía que era uno de los postres más exquisitos de su
gastronomía. No me defraudó. Tampoco me importaría repetir el Cozonac que preparan en el Lago Rojo, un pan dulce tradicional en forma de rulo. Riquísimo.
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Joven rumana preparando el dulce típico |
Rumanía es, sin duda, un país que
merece la pena visitar. Me restó sin embargo la visita a la región
Dobrogea, la única con salida al mar. Un baño en las cálidas aguas
del Mar Negro y un poco de relax en alguno de sus pueblecitos
costeros habría sido el colofón perfecto a este intenso viaje. Qué
le vamos a hacer, habrá que volver.
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Paseando por Zalau |