Dio un tembloroso paso más. La mente se le nubló y por un momento creyó que iba a desmayarse. “No lo lograrás” resonaba una voz ronca en su cabeza. Un nuevo movimiento y alcanzó la cima. Ante sus ojos, en medio de una densa bruma, todo un océano de límpidas aguas color turquesa. Alucinaciones. De modo que era aquello de lo que tanto había oído hablar. Aún así, la refrescante inmensidad que se proyectaba en su cerebro le dio fuerzas para continuar. Un paso, luego otro, después otro más, caer y volver a levantarse. Diez interminables minutos y allí estaba ya. La cerveza fría del chiringuito sabía a gloria. Si eso era una visión, en ella quería pasar la eternidad.
Las afortunadas, ya llamadas así por Plinio el Viejo hace dos mil años, siguen haciendo honor a su nombre. Ante la perspectiva de lluvia incesante en Madrid y la cercanía de ese Barajas de nombre ahora un poco más largo, la solución se presentaba de forma incuestionable: volar hacia el sur, en esta ocasión hacia la isla de Gran Canaria.
Escapada brevísima, como siempre más de lo deseado, pero suficiente para cargar las pilas y para conocer otra de las bellezas de este archipiélago.
Primer día en Las Palmas, dedicado a recorrer la playa de las Canteras y el centro comercial de la ciudad.
Atardecer en la playa de Las Canteras. Al fondo, el Teide |
Segundo día, los barrios históricos de Vegueta y Triana. Y tras una buena siesta, más baño de agua y sol en Las Canteras.
Tercer día. Ya no aguantamos más descanso. Alquilamos un coche y nos recorremos el norte de la isla. Arucas, Gáldar, Agaete. El Dedo de Dios que ya no lo es porque los efectos del tiempo pudieron más y se lo cargaron. Vuelta y cena, de nuevo, en Las Canteras. Nos estamos aficionando.
Lapitas con mojo verde en Agaete |
Cuarto y último. Telde. Bonitos los barrios de San Juan y San Gregorio, aunque este último, encalado de principio a fin, recuerda demasiado a los pueblos del sur de España a los que estoy más que acostumbrada. Después al sur, más al sur, todo lo que se pueda en esta pequeña isla. Dunas de Maspalomas. Correr como una niña, a toda velocidad y sin descanso, cuesta arriba y cuesta abajo entre montañas infinitas de arena. Comida guiri como es mandado en la playa del Inglés. Sangría con paella. Ni tan mal.
Dunas de Maspalomas |
Vuelta al aeropuerto. Tres horitas y Madrid de nuevo. Llueve igual que cuando nos fuimos. Está oscuro y hace frío. ¡Quiero regresar! Menos mal que al menos, mañana, bajo otra vez al sur, aunque no sea tanto, pero a medida que recorreré kilómetros con mi coche en dirección a Extremadura, las nubes se despejarán y llegaré a casa con un sol brillante de nuevo. No hace la misma temperatura que en Canarias, pero volver a casa lo compensa.