Decidí hacer un descanso de camino a mi apartamento alquilado con vistas al mar. Allí estaba ella, observándome con sus grandes ojos color azabache. Era la suya una mirada triste pero honesta, cargada de promesas de un futuro por compartir. Supe que los flechazos existen. Me atravesó. Correspondí su amor como quien la abandonó en aquella gasolinera no supo hacer. Hoy, tras quince años, mi preciosa mastina nos dejó para siempre.
jueves, 30 de abril de 2015
Amor a primera vista
martes, 11 de noviembre de 2014
Siempre quise ir a L.A.
Y ser una rock & roll star. La verdad es que no. La verdad es que donde quise ir fue a San Francisco, y eso fue lo que hice a finales de 2011. Pero ya que estaba en California, y antes de regresar de nuevo a España, decidí conocer la meca del cine. Me alojé en Santa Monica, a unos minutos de las arenas que han pasado a la historia por Los vigilantes de la playa, y del muelle que marca el final de las 2.448 millas de la Ruta 66.
Todo muy mítico, sí, muy peliculero, y no nos vamos a engañar, eso lo envuelve de cierto encanto. Hasta el viajero más puro se deja llevar aquí por algunos tópicos, y todo te dirige hacia lo que nos han vendido a través de la televisión y el cine desde que tenemos conciencia.
Ya en el mismo youth hostel ofrecen a diario rutas de autobús por las mansiones de los famosos, Beverly Hills, parada panorámica para hacerse la foto con el letrero de Hollywood y comida en el Hard Rock Café de Universal Studios, plagado de tesoros para mitómanos.
Al Paseo de la Fama y el teatro donde las estrellas se exhiben glamurosas en cada gala de los Óscar también es difícil resistirse, aunque todo exhala un aire mucho más rancio y deprimente que lo que las películas nos sugieren. Eso me dejó un contrapunto triste, sumado a la despedida de los amigos que dejaba en San Francisco, aunque compensado con el entusiasmo de conocer un nuevo lugar y nuevas personas e historias.
Placa original de la serie, en el Hard Rock Café |
El "backstage" del Paseo de la Fama |
Fueron, en definitiva, días intensos. ¿Lo mejor? Como casi siempre, las personas. Conversar con almas libres, como Esteban, un venezolano con quien recorrí los kilómetros y kilómetros de Venice Beach y disfrutar de los momentos mágicos, por inimaginados, que te depara a veces el presente. Y acabar el viaje tomando cervezas en un bar español en pleno L.A., brindando por las almas viajeras. Salud.
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domingo, 9 de noviembre de 2014
Portugal lover II
Por fin llegó el día que había anhelado desde que era un crío. Año tras año les acompañaba, correteando entre las parras, ayudando aquí y allá. Hacía varios que trabajaba duro en la vendimia como uno más. Pero no era uno más, no del todo. Hoy, por fin, con los dieciocho cumplidos, estoy junto a ellos en el momento más importante. Soy, aunque sólo sea por unos minutos, el centro de atención. Mirando hacia el suelo comienza a sonar mi voz. Melódica, refinada, poderosa. Hasta los turistas, ansiosos por degustar las viandas, se olvidan y callan. Voy tomando confianza. Observo de reojo a mis compañeros y noto cómo asienten con orgullo. Elevo al fin la cabeza. Mi voz inunda la sala. Y entonces te veo. Veo cómo tus ojos me traspasan. Y se me olvidan todas las letras.
Seguir descubriendo rincones del bello país vecino. Aprovechar el día libre para subirse al coche, traspasar la frontera y llegar hasta Vila Viçosa*, a sesenta kilómetros de Badajoz. Pasear por la muralla del castillo y transportarme a otra época. Recorrer las rosadas calles pavimentadas del exquisito mármol local. Llegar hasta el Paço Ducal, sede de la Casa de Bragança que ocupa un importante lugar en la historia portuguesa. Hacer un descanso para saborear la ineludible bica de café acompañada de su correspondiente nata. Continuar hasta Borba al comprobar que están celebrando su Festa da Vinha e do Vinho. Dejarte seducir en una tienda de antigüedades. Escuchar los cantes de los vinateros y saborear junto a ellos vino y comida tradicional en una experiencia única, celebrando juntos el final de la vendimia. Rematar la jornada en el Retiro dos Amigos a unos cinco kilómetros de Elvas, con raciones tan enormes como ajustados sus precios. No es la primera vez. Ni será la última. Rodeados de españoles, familias extremeñas que cambian de país para comer en abundancia de cantidad y calidad. Volver a casa. De Portugal a España, del Alentejo a Extremadura. Hasta la próxima.
*Vila Viçosa es una pequeña población de unos nueve mil habitantes que pertenece a la red de villas medievales y que está emplazada en medio de rutas: la del mármol, la del vino, la de los sabores.
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sábado, 18 de octubre de 2014
Afortunada quien las pise
Dio un tembloroso paso más. La mente se le nubló y por un momento creyó que iba a desmayarse. “No lo lograrás” resonaba una voz ronca en su cabeza. Un nuevo movimiento y alcanzó la cima. Ante sus ojos, en medio de una densa bruma, todo un océano de límpidas aguas color turquesa. Alucinaciones. De modo que era aquello de lo que tanto había oído hablar. Aún así, la refrescante inmensidad que se proyectaba en su cerebro le dio fuerzas para continuar. Un paso, luego otro, después otro más, caer y volver a levantarse. Diez interminables minutos y allí estaba ya. La cerveza fría del chiringuito sabía a gloria. Si eso era una visión, en ella quería pasar la eternidad.
Las afortunadas, ya llamadas así por Plinio el Viejo hace dos mil años, siguen haciendo honor a su nombre. Ante la perspectiva de lluvia incesante en Madrid y la cercanía de ese Barajas de nombre ahora un poco más largo, la solución se presentaba de forma incuestionable: volar hacia el sur, en esta ocasión hacia la isla de Gran Canaria.
Escapada brevísima, como siempre más de lo deseado, pero suficiente para cargar las pilas y para conocer otra de las bellezas de este archipiélago.
Primer día en Las Palmas, dedicado a recorrer la playa de las Canteras y el centro comercial de la ciudad.
Atardecer en la playa de Las Canteras. Al fondo, el Teide |
Segundo día, los barrios históricos de Vegueta y Triana. Y tras una buena siesta, más baño de agua y sol en Las Canteras.
Tercer día. Ya no aguantamos más descanso. Alquilamos un coche y nos recorremos el norte de la isla. Arucas, Gáldar, Agaete. El Dedo de Dios que ya no lo es porque los efectos del tiempo pudieron más y se lo cargaron. Vuelta y cena, de nuevo, en Las Canteras. Nos estamos aficionando.
Lapitas con mojo verde en Agaete |
Cuarto y último. Telde. Bonitos los barrios de San Juan y San Gregorio, aunque este último, encalado de principio a fin, recuerda demasiado a los pueblos del sur de España a los que estoy más que acostumbrada. Después al sur, más al sur, todo lo que se pueda en esta pequeña isla. Dunas de Maspalomas. Correr como una niña, a toda velocidad y sin descanso, cuesta arriba y cuesta abajo entre montañas infinitas de arena. Comida guiri como es mandado en la playa del Inglés. Sangría con paella. Ni tan mal.
Dunas de Maspalomas |
Vuelta al aeropuerto. Tres horitas y Madrid de nuevo. Llueve igual que cuando nos fuimos. Está oscuro y hace frío. ¡Quiero regresar! Menos mal que al menos, mañana, bajo otra vez al sur, aunque no sea tanto, pero a medida que recorreré kilómetros con mi coche en dirección a Extremadura, las nubes se despejarán y llegaré a casa con un sol brillante de nuevo. No hace la misma temperatura que en Canarias, pero volver a casa lo compensa.
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Gran Canaria, Las Palmas, España
sábado, 23 de agosto de 2014
Escapada al Norte de Marruecos
Té a la menta sin prisas - Tánger |
- Cuánto eché de menos los atardeceres todos estos años en Europa.- ¿Acaso el sol no se ponía allí?- No como aquí, hermano. No como aquí.
Hace poco regresé a un país de esos que enganchan irremediablemente a las almas viajeras. Una asociación ecologista con un área dedicada a organizar viajes ambientales tenía como destino de una de sus escapadas el norte de Marruecos. La tentación era demasiado grande, aún a sabiendas de que el viaje sería muy intenso. Hubiera permanecido un par de días más (en realidad hubiera estado un par de semanas o de meses más, pero los tiempos son los que son), aún así, las horas de carretera fueron más que compensadas por la explosión de los sentidos provocada por los colores, olores, sonidos, sabores de este rincón especial del mundo. Y, justo es decirlo, por unos magníficos compañeros de viaje.
Partimos desde Extremadura temprano, para recalar en Algeciras a última hora de la mañana. Tras el paseo en ferry, una hora después nos encontrábamos del otro lado del estrecho.
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Tomando el ferry en Algeciras |
Aprovechamos que se acercaba la hora de comer para buscar un chiringuito en la playa donde saborear los manjares del Mediterráneo. Tras unas cuantas exquisiteces regadas con buena cerveza, remojón en el mar y breve ruta para conocer la ciudad autónoma de Ceuta, que con su situación estratégica ha sido ciudad de paso de
muchas culturas, cuyos vestigios aún permanecen en ella. Es sin duda un
bonito e interesante lugar que bien merece dedicarle su tiempo en una
ruta hacia el sur.
Murallas Reales y foso navegable de Ceuta |
Tras el paso por la aduana llegamos a Marruecos y enfilamos la carretera de la costa, flanqueada por complejos turísticos y residenciales en un afán de modernización y capitalismo que parece haber sacudido al país, tan inmerso como empeñado en cometer los mismos errores en los que incurrió España hace unas décadas. Llegamos así a Tetuán, en cuyas afueras recalamos para pasar la noche.
Después de un buen descanso nocturno y mejor desayuno, vuelta a la carretera, esta vez en dirección a Chefchaouen o Xauen. No por turístico y masificado debe obviarse una visita a este pueblo de cuento al pie del Rif.
La tarde la pasamos en Tánger y, con demasiado poco tiempo que dedicarle, tocaba perderse en la Medina. Nuestros pasos, sin más mapa ni guía que el rumbo que los pies nos marcaran, nos llevaron hasta la puerta de entrada al Gran Zoco, laberíntico y fascinante. Calles y más calles, con el inevitable juego del regateo de fondo. Tratando de encontrar el camino de vuelta una vez perdida ya toda noción de tiempo y orientación, tropezamos con el Gran Teatro Cervantes, una arrebatadora aparición. En un estado decadente, por no decir ruinoso, no deja sin embargo de emanar la historia de éxitos pasados.
La última parada fue el mágico Tetuán. "La paloma blanca", capital de provincia española hasta 1956. Allí nos dirigimos al despertar del siguiente día. Pura esencia andalusí. Una maravilla perderse en las tumultuosas y estrechas callejuelas, hasta casi desfallecer para resucitar con un buen cuscús, que no podía faltar en este viaje.
Por las calles de Tetuán |
Y llegó sin darnos cuenta el momento del regreso. Tocaba invertir la ruta. Aduana de nuevo, Ceuta, ferry, Algeciras, carretera y manta. Alguien me despierta para avisarme de que estamos de nuevo en el punto de partida. Son las (muchas) tantas. Recojo mi coche y conduzco hasta casa. En unas horas el despertador sonará y los expedientes me esperan en la oficina. Tocará aparcar a la vilana soñadora hasta la próxima escapada. O hasta que pueda refugiarse de nuevo en su cuaderno para recordar vivencias o fabricar historias.
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Tánger, Marruecos
lunes, 18 de agosto de 2014
Portugal lover
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Estatua de Vasco da Gama en Sines |
Se situó junto a la estatua, oteando el horizonte en la misma dirección, hacia la raya donde el cielo se fundía con el mar, dos profundas tonalidades de azul encontrándose. Un día ella también navegaría por esos mares. No hallaría nuevas rutas, ni conquistaría otros pueblos, pero aprehendería en cada puerto lo que sus gentes, sus paisajes y sus culturas pudieran ofrecerle. Sería también, a su manera, una descubridora.- Vamos, pequeña. Es hora de volver al hotel - su padre la alzó en brazos y la ayudó a bajar del pedestal.
El país vecino era una asignatura pendiente. No hay excusa al hecho de haber recorrido tres continentes y apenas conocer el territorio que dista poco más de ochenta kilómetros del lugar donde vives.
Total, que era uno de los (muchos) propósitos que me marqué para este año. Y lo estoy cumpliendo a la misma velocidad que me prendo irremediablemente de él y me pregunto por qué no lo hice antes.
Tras Coimbra, Évora, Porto, la fronteriza Elvas e incluso la espiritual Fátima, he aprovechado el puente del quince de agosto (también feriado en Portugal) para recorrer uno de los destinos que más me atraían de este país: el litoral del Alentejo. Desde la península de Troia a los acantilados que comienzan al sur del cabo de Sines una puede encontrar playas de todo tipo, sean inmensos arenales sin fin o escarpadas y secretas calas solo aptas para aventureros.
Una vez que entramos en la subregión del Alentejo litoral, la ruta comienza con una breve parada en Alcácer do Sal, donde paseamos por sus callejuelas y regresamos caminando al pie del río Sado, que discurre paralelo a esta bella población. Es agosto y el frescor del Atlántico no llega hasta aquí. Proseguimos hasta llegar a Comporta, donde pararemos para el primer baño en el frío océano. Tras unas cervecitas en la arena decidimos comenzar con la gastronomía local. Los dos restaurantes a pie de playa son prohibitivos, de modo que nos adentramos pocos metros más allá, en la pequeña población aledaña, eligiendo una de las muchas tasquitas cercanas para degustar el pescado frito alentejano.
Después continuamos recorrido. Subimos por la península de Troia parte de sus diecisiete kilómetros de blanca arena hasta una playa tranquilísima, casi demasiado para un quince de agosto. El agua aquí está ligeramente menos fría (solo ligeramente).
Subimos de nuevo al coche para llegar a destino, Grândola, donde haremos noche. La cena será exquisita, como todo lo que comamos en estos días. Polvo à brás, la conocida receta de bacalao portugués trocado por un suave pulpo, y pato a la brasa con salsa de frutos salvajes (de acuerdo, esto no era demasiado local, pero nos dimos el capricho).
En el segundo día nos disponemos a conocer más playas de estos cincuenta kilómetros de arena sin fin que van desde Troia hasta Sines. Tiramos de guías de viaje y acabamos pasando la mañana entre dos de ellas, la de Melides y la de Santo André, ambas flanqueadas por lagunas del mismo nombre donde los portugueses aprovechan para bañarse en aguas más templadas. Comemos al pie de esta última, una exquisita y gigante ración de caracoles y otra, también generosa, de anguilas fritas. Con la barriga llena nos vamos a dormir la siesta. Ni en vacaciones hay que perder las buenas costumbres.
Al amanecer nuevamente decidimos conocer la ciudad que nos acoge, famosa por su sobrenombre Vila Morena en honor al tema musical compuesto por Zeca Afonso y que fue escogida como señal durante la Revolución de los Claveles. Digno de ver el monumento azulejado con la canción del pueblo a un lado y la declaración de los derechos humanos al otro. Y no hartos aún de playa, volvemos a montarnos en el coche para no perdernos la puesta de sol en el Atlántico. Llegamos justo a tiempo para acomodarnos en la arena y disfrutar de media hora de belleza y paz.
De vuelta a Grândola, un restaurante recomendado por nuestro anfitrión (que no necesariamente ha de ser siempre de fiar) bastante caro pero en el que, que le vamos a hacer, nos homenajeamos con una sapateira y unos frescos camaraos.
Despunta un nuevo día en Portugal y nuestro viaje nos lleva ahora hacia el sur. Ya hemos paseado largamente por esas inacabables playas, y ahora el cuerpo nos pide algo más salvaje. El cabo de Sines marca la división natural entre un tipo de playa y otra. Pero primero visitamos Sines con sus preciosas callejuelas, su puerto pesquero, sus diversos homenajes a Vasco da Gama, y su pequeña playa del mismo nombre. Comemos en una tasquita cerca del puerto, espeto de sardinas (ya tocaban) y otro de carne de porco grelhada. Para variar, se nos olvida la abundancia de los platos portugueses y no llegamos al postre. Nos arrastramos a nuestra habitación con vistas a la playa a digerir la comida mientras el océano nos arrulla.
Por la tarde recorremos algunas de las playas que van desde Sines hasta Porto Covo, donde acabamos el día visitando su precioso centro histórico y cenando polvo à lagareira.
El último día amanece nublado. Aún así, paseo por la playa de despedida y en marcha para regresar atravesando el Alentejo interior y maravillándonos con los paisajes que nos ofrece. Un alto en la aldea de Santa Susana para contemplar sus bellos encalados engalanados de azul mar y tomar el penúltimo sorbo de intenso café junto a una rica queijada. Recomendable también un descanso en Montemor y otro en Arraiolos. Seguimos por Estremoz y Elvas, pero no hay tiempo para más paradas. El viaje se acaba. De momento.
Nos despedimos de esta tierra citando a su ilustre Pessoa.
Una vez que entramos en la subregión del Alentejo litoral, la ruta comienza con una breve parada en Alcácer do Sal, donde paseamos por sus callejuelas y regresamos caminando al pie del río Sado, que discurre paralelo a esta bella población. Es agosto y el frescor del Atlántico no llega hasta aquí. Proseguimos hasta llegar a Comporta, donde pararemos para el primer baño en el frío océano. Tras unas cervecitas en la arena decidimos comenzar con la gastronomía local. Los dos restaurantes a pie de playa son prohibitivos, de modo que nos adentramos pocos metros más allá, en la pequeña población aledaña, eligiendo una de las muchas tasquitas cercanas para degustar el pescado frito alentejano.
Después continuamos recorrido. Subimos por la península de Troia parte de sus diecisiete kilómetros de blanca arena hasta una playa tranquilísima, casi demasiado para un quince de agosto. El agua aquí está ligeramente menos fría (solo ligeramente).
Subimos de nuevo al coche para llegar a destino, Grândola, donde haremos noche. La cena será exquisita, como todo lo que comamos en estos días. Polvo à brás, la conocida receta de bacalao portugués trocado por un suave pulpo, y pato a la brasa con salsa de frutos salvajes (de acuerdo, esto no era demasiado local, pero nos dimos el capricho).
En el segundo día nos disponemos a conocer más playas de estos cincuenta kilómetros de arena sin fin que van desde Troia hasta Sines. Tiramos de guías de viaje y acabamos pasando la mañana entre dos de ellas, la de Melides y la de Santo André, ambas flanqueadas por lagunas del mismo nombre donde los portugueses aprovechan para bañarse en aguas más templadas. Comemos al pie de esta última, una exquisita y gigante ración de caracoles y otra, también generosa, de anguilas fritas. Con la barriga llena nos vamos a dormir la siesta. Ni en vacaciones hay que perder las buenas costumbres.
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Monumento a Grândola, Vila Morena |
Al amanecer nuevamente decidimos conocer la ciudad que nos acoge, famosa por su sobrenombre Vila Morena en honor al tema musical compuesto por Zeca Afonso y que fue escogida como señal durante la Revolución de los Claveles. Digno de ver el monumento azulejado con la canción del pueblo a un lado y la declaración de los derechos humanos al otro. Y no hartos aún de playa, volvemos a montarnos en el coche para no perdernos la puesta de sol en el Atlántico. Llegamos justo a tiempo para acomodarnos en la arena y disfrutar de media hora de belleza y paz.
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Puesta de sol en Praia da Galé |
De vuelta a Grândola, un restaurante recomendado por nuestro anfitrión (que no necesariamente ha de ser siempre de fiar) bastante caro pero en el que, que le vamos a hacer, nos homenajeamos con una sapateira y unos frescos camaraos.
Despunta un nuevo día en Portugal y nuestro viaje nos lleva ahora hacia el sur. Ya hemos paseado largamente por esas inacabables playas, y ahora el cuerpo nos pide algo más salvaje. El cabo de Sines marca la división natural entre un tipo de playa y otra. Pero primero visitamos Sines con sus preciosas callejuelas, su puerto pesquero, sus diversos homenajes a Vasco da Gama, y su pequeña playa del mismo nombre. Comemos en una tasquita cerca del puerto, espeto de sardinas (ya tocaban) y otro de carne de porco grelhada. Para variar, se nos olvida la abundancia de los platos portugueses y no llegamos al postre. Nos arrastramos a nuestra habitación con vistas a la playa a digerir la comida mientras el océano nos arrulla.
Por la tarde recorremos algunas de las playas que van desde Sines hasta Porto Covo, donde acabamos el día visitando su precioso centro histórico y cenando polvo à lagareira.
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Polvo à lagareira |
El último día amanece nublado. Aún así, paseo por la playa de despedida y en marcha para regresar atravesando el Alentejo interior y maravillándonos con los paisajes que nos ofrece. Un alto en la aldea de Santa Susana para contemplar sus bellos encalados engalanados de azul mar y tomar el penúltimo sorbo de intenso café junto a una rica queijada. Recomendable también un descanso en Montemor y otro en Arraiolos. Seguimos por Estremoz y Elvas, pero no hay tiempo para más paradas. El viaje se acaba. De momento.
Nos despedimos de esta tierra citando a su ilustre Pessoa.
"La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos".
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viernes, 8 de agosto de 2014
Extremeñ@s en Rumanía
Prendiendo una vela a los vivos en un templo ortodoxo. |
Hoy era su treinta y siete cumpleaños. Como cada ocho de agosto, tras la liturgia acudió al despachador de velas, tomó una y la prendió, siempre en el mismo lugar. La esquina izquierda del espacio destinado a los vivos, pues nunca había perdido la esperanza. Dondequiera que estuviera, rezó porque algún día le perdonase no haber sido capaz de encontrarla, y sobre todo, rezó para que su hija fuera feliz.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de conocer un país cuya cultura, a pesar de la inmigración en España, nos es bastante desconocida. Durante siete días recorrí junto a otros cuarenta y cinco extremeños buena parte de la geografía rumana. Desde Bucharest, al sur, hasta el norte de la región Bucovina, casi ya lindando con Ucrania, y otra vez vuelta a la capital a través de los Cárpatos.
Rumanía es poseedora de un pasado tan apasionante como trágico. La antigua Dacia, la ocupación por godos y hunos, la llegada de los pueblos eslavos, los sajones o la anexión al Imperio otomano, todo ello conforma un mosaico más que complejo que cuesta aprehender para una lega en Historia. La etapa más reciente, la de su pasado comunista y su posterior transición a una economía de mercado capitalista, es sin embargo bien visible. Como nos dijo un autóctono “hemos pasado del diablo a la madre del diablo”. Triste ver la desesperanza en los ojos de sus habitantes, incapaces de vislumbrar un futuro en su propia tierra. Triste también, recorrer kilómetros y kilómetros de viviendas en su mayoría vacías, propiedad de familias que querrían regresar pero se resisten, sabedoras de que con casa pero sin empleo no tendrían muchas opciones allí. Y triste, por último, recordar cómo se trata a menudo a la población rumana en España, todos los prejuicios que cargamos olvidando o desconociendo el por qué de su estancia en nuestro país.
Región de Bucovina, al norte de Rumanía |
- Bucharest. Ineludible el paso por la capital y el callejeo, diurno y sobre todo nocturno, por su centro histórico.
Paseo por el centro de Bucharest |
- Brasov. Preciosa ciudad en el sureste de Transilvania. Un paseo sin prisa por la Plaza del Consejo y su casco antiguo, Iglesia Negra incluida.
- Sibiu, Capital Europea de la Cultura 2007, con sus tejados característicos con ventanas en forma de ojos desconfiados y su Puente de los Mentirosos.
- Sighisoara, en el corazón de los Cárpatos transilvanos, sin olvidar las vistas desde la Torre del Reloj. Ciudad natal de Drácula para los más mitómanos.
Placa en la casa natal de Vlad Dracul |
- Târgu Mures, con interesantes edificios, a destacar el Palacio de la Cultura, toda una joya del modernismo.
- Castro romano de Porolissum, en Zalau, uno de los mayores y mejor conservados yacimientos del país.
Iglesia ortodoxa en el monasterio de Moldovita |
- Ruta de los monasterios pintados en Bucovina. En mi opinión lo más impresionante del viaje. Bellísimos los exteriores (aunque también los interiores) de las iglesias de Moldovita, Sucevita y Voronet. Me quedo con el asedio de Constantinopla en Moldovita, la Escalera de la Virtud en Sucevita y el Juicio Final en el pórtico de la iglesia de San Jorge en Voronet.
Interior del Castillo de Bran |
- El castillo de Bran, fortaleza del siglo XIV situada entre Transilvania y Valaquia, es uno de los lugares más concurridos, aunque, a mi parecer y a falta de mucho tiempo, bien puede excusarse su visita. En la fecha en la que fuimos estaba tan masificado que era complicado ver nada. Este gran aforo se debe a que fue el castillo en el que se inspiró Bram Stoker para su obra maestra, si bien Vlad Tepes, el personaje histórico en que se basó, nunca vivió aquí.
Castillo de Peles |
- Sí merece, desde luego, una visita sin prisas el Castillo de Peles, la residencia de verano de la familia real rumana. Mucho menos conocida, recuerda a Versalles en su opulencia y, justo es decirlo, belleza.
En el apartado de gastronomía local destacaría los dulces. Hasta que no me comí un papanasi no me
quedé tranquila. Lo había probado hacía tiempo en la casa de la madre de una amiga en
España, y sabía que era uno de los postres más exquisitos de su
gastronomía. No me defraudó. Tampoco me importaría repetir el Cozonac que preparan en el Lago Rojo, un pan dulce tradicional en forma de rulo. Riquísimo.
Joven rumana preparando el dulce típico |
Paseando por Zalau |
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